•8:49 PM
Los griegos solían imaginar a su dios del amor, Eros, como un muchacho alado y armado con un arco y flechas. Renombrado Cupido por los romanos, fue haciéndose cada vez más pequeño con el transcurso de los siglos hasta que el arte del Renacimiento lo ilustró como un niño rechocho, que apenas parecía lo bastante fuerte para tensar el arco y disparar las flechas. Sin embargo, en la historia de Eros y Psique, narrada por el escritor romano Apuleo, el dios adopta la forma de un joven, aunque no lo bastante mayor para ser del todo independiente de su madre Afrodita. Los dioses del Olimpo siempre estaban dispuestos a castigar la arrogancia de cualquier mortal que osara creerse a la altura de un dios, y además para proclamarlo.
Los relatos sobre la imprudencia y la arrogancia humanas siempre han acabado mal para el ser humano que participara en ellos, pero el mito de Eros y Psique es la excepción, pese a que la insensata princesa Psique tuvo que sufrir grandes penalidades antes de alcanzar la felicidad.
Tal vez su historia acaba bien porque no fue la misma Psique quien osó comparar su belleza con la de una diosa, sino que lo hicieron sus orgullosos padres, quienes aseguraban que la menor de sus hijas era más bella que la diosa del amor, Afrodita. Y, lo que fue peor, toda la población de Grecia y alrededores empezó a visitar el palacio de Psique para adorarla, mientras que los templos de Afrodita quedaron vacíos. La diosa suplicó a su hijo, Eros, que castigara a la joven hiriéndola en el corazón con una de sus flechas, de modo que se enamorara de algún hombre mísero y desdichado y compartiera con él un matrimonio infeliz. Mientras tanto,Psique entristeció porque la gente la trataba como a una diosa, y nadie era lo bastante osado para amarla como mujer y proponerle matrimonio. Sus dos hermanas mayores estaban casadas, pero Psique seguía en el hogar paterno, desdichada y sola.
El rey empezó a preocuparse a medida que pasaba el tiempo y nadie llegaba para cortejar a su hija pequeña. Finalmente, preguntó al oráculo de Apolo dónde podía encontrar un esposo para su hija. La respuesta del oráculo fue aterradora. Psique debía vestirse de novia y ser llevada a la cumbre de una alta montaña. Su esposo no sería un hombre mortal sino un monstruo venenoso, una criatura lo bastante poderosa para espantar al más grande de los dioses, Zeus.
Psique y sus padres ascendieron a la montaña llorando, como si se estuvieran encaminando a su funeral no a sus nupcias. Todos sabían que la joven estaba siendo castigada por Afrodita, pero nada podían hacer para calmar a la ofendida diosa. Tuvieron que alejarse de Psique mientras ella esperaba temerosa en la cumbre de la montaña a que llegara el monstruo.
Psique tenía el cuerpo tenso, dispuesto a sufrir un ataque, pero en lugar de eso una brisa suave meció sus vestiduras hasta elevar a la joven en el aire, y después la condujo suavemente hasta el pie de la montaña. Allí Psique vio un palacio magnífico, y le pareció tan espléndido que dedujo al instante que pertenecía a alguno de los dioses. El palacio parecía vacío, pero ella alcanzaba a oír voces tenues y gentiles, manos invisibles que le servían comida y bebida, y tocaban música dulce en su honor. No había ni rastro de ningún monstruo, y Psique se acostó preguntándose quién sería su esposo. En mitad de la noche alguien la despertó -una persona, no un monstruo- al tenderse a su lado. Era su esposo, pero ella no podía verle en la oscuridad. Él se marchó antes del amanecer, y todas las noches regresaba a su cama para volver ausentarse antes del alba. Psique empezaba a enamorarse de alguien a quien nunca había visto.
Los relatos sobre la imprudencia y la arrogancia humanas siempre han acabado mal para el ser humano que participara en ellos, pero el mito de Eros y Psique es la excepción, pese a que la insensata princesa Psique tuvo que sufrir grandes penalidades antes de alcanzar la felicidad.
Tal vez su historia acaba bien porque no fue la misma Psique quien osó comparar su belleza con la de una diosa, sino que lo hicieron sus orgullosos padres, quienes aseguraban que la menor de sus hijas era más bella que la diosa del amor, Afrodita. Y, lo que fue peor, toda la población de Grecia y alrededores empezó a visitar el palacio de Psique para adorarla, mientras que los templos de Afrodita quedaron vacíos. La diosa suplicó a su hijo, Eros, que castigara a la joven hiriéndola en el corazón con una de sus flechas, de modo que se enamorara de algún hombre mísero y desdichado y compartiera con él un matrimonio infeliz. Mientras tanto,Psique entristeció porque la gente la trataba como a una diosa, y nadie era lo bastante osado para amarla como mujer y proponerle matrimonio. Sus dos hermanas mayores estaban casadas, pero Psique seguía en el hogar paterno, desdichada y sola.
El rey empezó a preocuparse a medida que pasaba el tiempo y nadie llegaba para cortejar a su hija pequeña. Finalmente, preguntó al oráculo de Apolo dónde podía encontrar un esposo para su hija. La respuesta del oráculo fue aterradora. Psique debía vestirse de novia y ser llevada a la cumbre de una alta montaña. Su esposo no sería un hombre mortal sino un monstruo venenoso, una criatura lo bastante poderosa para espantar al más grande de los dioses, Zeus.
Psique y sus padres ascendieron a la montaña llorando, como si se estuvieran encaminando a su funeral no a sus nupcias. Todos sabían que la joven estaba siendo castigada por Afrodita, pero nada podían hacer para calmar a la ofendida diosa. Tuvieron que alejarse de Psique mientras ella esperaba temerosa en la cumbre de la montaña a que llegara el monstruo.
Psique tenía el cuerpo tenso, dispuesto a sufrir un ataque, pero en lugar de eso una brisa suave meció sus vestiduras hasta elevar a la joven en el aire, y después la condujo suavemente hasta el pie de la montaña. Allí Psique vio un palacio magnífico, y le pareció tan espléndido que dedujo al instante que pertenecía a alguno de los dioses. El palacio parecía vacío, pero ella alcanzaba a oír voces tenues y gentiles, manos invisibles que le servían comida y bebida, y tocaban música dulce en su honor. No había ni rastro de ningún monstruo, y Psique se acostó preguntándose quién sería su esposo. En mitad de la noche alguien la despertó -una persona, no un monstruo- al tenderse a su lado. Era su esposo, pero ella no podía verle en la oscuridad. Él se marchó antes del amanecer, y todas las noches regresaba a su cama para volver ausentarse antes del alba. Psique empezaba a enamorarse de alguien a quien nunca había visto.
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