•3:40 PM
La historia de Afrodita y Adonis empieza mal, con una hija enfervorecida de deseo sexual hacia su propio padre. Bien podría haber sido Afrodita quien inspiró a la princesa Mirra la pasión que sentía por su padre, el rey Cíniras del reino árabe de Pancaya. Mirra luchó contra todos sus sentimientos, pues sabía que el incesto estaba prohibido, y temía a las Erinias, las Furias que salen del mundo subterráneo para atormentar a los culpables. Pero en una ocasión, aprovechando que su madre, Cencrias, tuvo que ausentarse para celebrar los nueve días de festividad en honor de Deméter, Mirra cedió al deseo y visitó el dormitorio de su padre a oscuras, fingiendo ser una sirvienta que se había enamorado de él. Quedó en estado aquella misma noche, pero siguió acudiendo a su lecho noche tras noche, hasta que él sintió curiosidad por verla. Acercó una lámpara y, horrorizado, descubrió que la mujer que yacía junto a él era su hija.
Cíniras se sintió tan consternado y asqueado que desenvaión la espada, dispuesto a matarla. Mirra huyó en la oscuridad, salió del palacio y vagabundeó por Arabia como fugitiva. Se escondió durante nueve meses, mientras su vientre seguía creciendo. Y entonces empezó a orar, sin saber qué dios la escucharía. "Si existe algún dios que se ocupa de aquellos en verdad arrepentidos, le suplico que me escuche. Merezco el castigo, y sé que corrompo el mundo de los hombres y las mujeres mortales con mi mera existencia. Si desciendo al mundo subterráneo, corromperé al mundo de los muertos. Te suplico que me cambies y me conviertas en algo diferente a un ser humano ni vivo ni muerto, de modo que no pueda corromper nada, y haz que el castigo sólo me afecte a mí y no al bebé que llevo en el vientre, que no ha hecho ningún mal".
La diosa Gea, la pródiga Madre Tierra, oyó sus súplicas y se apresuró a anclar los pies de Mirra al suelo. Sus dedos se convirtieron en largas raíces que surcaron las profundidades de aquella oscura tierra para sustentar su cuerpo, que progresivamente se alargó y se transformó en el tronco de un alto árbol. La suave piel de la joven se endureció y se transformó en corteza, y toda su carne humana se tornó en árbol, pero la muchacha aún fue capaza de derramar lágrimas de aromática savia. Así es como la mirra apareció en el mundo.
El hijo de Mirra, Adonis, nació del tronco del árbol de la mirra. Creció y se convirtió en el más atractivo de los hombres, y la propia Afrodita se sintió abrumada de deseo hacia él. Anhelaba con desespero su compañía, y se alteraba cuando estaban separados, aunque sólo fuera un momento. A Adonis le gustaba cazar y, para complacerle, Afrodita también se instruyó en la caza, pero ella prefería buscar criaturas de tamaño reducido, que no tuvieran colmillos afilados ni púas ni garras. Suplicó a Adonis que no corriera riesgo alguno, que se quedara con ella y disfrutara de su amor, en lugar de malgastar el tiempo cazando animales salvajes como jabalíes, leones u osos.
Adonis parecía escucharla y estar de acuerdo, y ella se sintió lo bastante segura para dejarle partir sólo por un día mientras ella viajaba a su amada isla, Chipre. En cuanto su carro partió hacia el cielo, tirado por una bandad de cisnes, él cogió la lanza y llevó a los sabuesos de caza. No tenía intención alguna de salir en busca de un jabalí salvaje, pero cuando los perros detectaron el rastro de uno, no se retiró. Arrojó la lanza e hirió al jabalí en un costado. Sin embargo, la herida no era profunda y el jabalí enseguida se zafó de la lanza. Adonis se había quedado desarmado; el jabalí corrió hacia él y, en el envite, le clavó los colmillos en la ingle. Adonis cayó al suelo, agonizante.
Afrodita oyó gritar a Adonis y miró hacia abajo desde el cielo. Le vio, tendido y desangrándose. Ella lloró y se tiró del cabello, pero no consiguió convencer a las Parcas de que impidieran su muerte. Se arrodilló junto a él y palpó la tierra anegada de su sangre. "Te recordaré, Adonis -dijo-, y también el resto del mundo te recordará. De tu sangre nacerá una flor que brotará con la primavera y tendrá una corta vida". La sangre de Adonis se transformó en una anémona, flor que, en cuanto brota, pierde sus pétalos al viento.
Cíniras se sintió tan consternado y asqueado que desenvaión la espada, dispuesto a matarla. Mirra huyó en la oscuridad, salió del palacio y vagabundeó por Arabia como fugitiva. Se escondió durante nueve meses, mientras su vientre seguía creciendo. Y entonces empezó a orar, sin saber qué dios la escucharía. "Si existe algún dios que se ocupa de aquellos en verdad arrepentidos, le suplico que me escuche. Merezco el castigo, y sé que corrompo el mundo de los hombres y las mujeres mortales con mi mera existencia. Si desciendo al mundo subterráneo, corromperé al mundo de los muertos. Te suplico que me cambies y me conviertas en algo diferente a un ser humano ni vivo ni muerto, de modo que no pueda corromper nada, y haz que el castigo sólo me afecte a mí y no al bebé que llevo en el vientre, que no ha hecho ningún mal".
La diosa Gea, la pródiga Madre Tierra, oyó sus súplicas y se apresuró a anclar los pies de Mirra al suelo. Sus dedos se convirtieron en largas raíces que surcaron las profundidades de aquella oscura tierra para sustentar su cuerpo, que progresivamente se alargó y se transformó en el tronco de un alto árbol. La suave piel de la joven se endureció y se transformó en corteza, y toda su carne humana se tornó en árbol, pero la muchacha aún fue capaza de derramar lágrimas de aromática savia. Así es como la mirra apareció en el mundo.
El hijo de Mirra, Adonis, nació del tronco del árbol de la mirra. Creció y se convirtió en el más atractivo de los hombres, y la propia Afrodita se sintió abrumada de deseo hacia él. Anhelaba con desespero su compañía, y se alteraba cuando estaban separados, aunque sólo fuera un momento. A Adonis le gustaba cazar y, para complacerle, Afrodita también se instruyó en la caza, pero ella prefería buscar criaturas de tamaño reducido, que no tuvieran colmillos afilados ni púas ni garras. Suplicó a Adonis que no corriera riesgo alguno, que se quedara con ella y disfrutara de su amor, en lugar de malgastar el tiempo cazando animales salvajes como jabalíes, leones u osos.
Adonis parecía escucharla y estar de acuerdo, y ella se sintió lo bastante segura para dejarle partir sólo por un día mientras ella viajaba a su amada isla, Chipre. En cuanto su carro partió hacia el cielo, tirado por una bandad de cisnes, él cogió la lanza y llevó a los sabuesos de caza. No tenía intención alguna de salir en busca de un jabalí salvaje, pero cuando los perros detectaron el rastro de uno, no se retiró. Arrojó la lanza e hirió al jabalí en un costado. Sin embargo, la herida no era profunda y el jabalí enseguida se zafó de la lanza. Adonis se había quedado desarmado; el jabalí corrió hacia él y, en el envite, le clavó los colmillos en la ingle. Adonis cayó al suelo, agonizante.
Afrodita oyó gritar a Adonis y miró hacia abajo desde el cielo. Le vio, tendido y desangrándose. Ella lloró y se tiró del cabello, pero no consiguió convencer a las Parcas de que impidieran su muerte. Se arrodilló junto a él y palpó la tierra anegada de su sangre. "Te recordaré, Adonis -dijo-, y también el resto del mundo te recordará. De tu sangre nacerá una flor que brotará con la primavera y tendrá una corta vida". La sangre de Adonis se transformó en una anémona, flor que, en cuanto brota, pierde sus pétalos al viento.
0 comentarios: