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Io era hija del dios del río Ínaco y se hizo sacerdotisa de Hera. Hera es la diosa del matrimonio, y tenía motivos de sobra para protestar por la conducta de su real esposo Zeus. Era imperdonable que Zeus se enamorara de Io e intentara persuadirla para yacer con él en los bosques secretos de Lerna. Io se quedó horrorizada ante tal idea y huyó rauda; pero Zeus desplegó nubes tormentosas por todo el campo, de modo que de pronto reinó la oscuridad como si hubiera anochecido y ella ya no pudo ver hacia dónde corría. Cuando finalmente se detuvo, él le arrebató la virginidad a la fuerza.
Hera asomó desde el palacio del Olimpo y observó una zona en tinieblas en Argo, mientras que en el resto del mundo brillaba el sol. Tenía que tratarse d euna de las artimañas de Zeus, pensó, y se apresuró a descender a la Tierra y ordenó al sol que dispersara las nubes. A pesar de la claridad del día, no alcanzó a ver ningún indicio de la presencia de alguna mujer o alguna ninfa. En los campos pastaba una hermosa novilla blanca, con la que estaba su esposo. Los ojos del animal le parecieron casi humanos, y la diosa empezó a preguntarse si no sería aquélla su rival, disfrazada de animal para engañarla. "Regálame esta hermosa criatura" pidió a Zeus. A él no se le ocurrió ninguna excusa válida para negarse y tuvo que entregarle a la novilla.
Hera estaba convencida de que la novilla era su sacerdotisa ausente, Io, y pensó que Zeus tal vez trataría de arrebatársela, de modo que entregó la criatura a Argo para que la vigilara de día y de noche. Argo tenía cien ojos y jamás estaba del todo despierto ni del todo dormido. Sus ojos se turnaban para dormir, de manera que algunos de ellos permanecían en guardia a todas horas, y los que tenía situados en la nuca garantizaban que nadie pudiera sorprenderlo desprevenido encaramándose a su espalda.
Io detestaba su nuevo cuerpo. Detestaba comer hierba y tenderse sobre la dura tierra, a la intemperie. Se apostó en la ribera del río Ínaco y trató de explicarle al dios del río quién era, pero ya no podía articular palabras humanas. Optó por trazar su nombre en el barro con una pezuña, y el dios del río lloró por el sino que había corrido su amada hija.
Zeus observaba desde cierta distancia; anhelaba rescatar a Io del sufrimiento que él mismo le había impuesto. Así, envió a su hijo Hermes, el embaucador, para matar a Argo, el de los cien ojos. Hermes no intentó luchar contra Argo, sino que se acercó a él tocando la flauta y se sentó a su lado entonando dulces melodías hasta que los cien ojos de su enemigo se cerraron. En cuanto Argo se durmió, Hermes le cortó la cabeza. Hera arrancó a su fiel sirviente todos los ojos y los colocó en las plumas de la cola de su ave, el pavo real. Fue de ese modo como los pavos reales macho adquirieron el dibujo de su espléndido y único plumaje.
Hera ya estaba furiosa con Zeus por haber traicionado el lecho conyugal de ambos, y también lo estaba con Io por haber abandonado sus votos de sacerdotisa (al margen de que hubiera sido violada por el dios). No obstante, tras el asesinato de Argo se sentía aún más furiosa, y se obcecó en la idea de atormentar a Io. Envió un tábano, de la variedad que muerde al ganado cuando hace calor, que llevó a Io de un país a otro sin descanso. Así, la joven visitó a la fuerza las orillas del mar bautizado en su honor, el mar Jónico. Nadó por los estrechos que conectan el mar Negro y el Mediterráneo, y de ahí el que se llamen Bósforo, un término que en griego significa "estrecheces de la vaca". Ascendió con grandes penalidades las laderas del monte Cáucaso, donde encontró a Prometeo, encadenado a una roca. Llegó incluso hasta el Nilo, y allí la pobre novilla finalmente cayó rendida y suplicó ayuda a Zeus.
Zeus prometió a Hera por las aguas del Estigia que a partir de entonces sería mejor esposo, con la única condición de que devolviera la forma humana a Io. Toda promesa que invocara al río Estigia debía cumplirse, ya fuera dios o mortal quien la hiciera. Hera decidió calmar su ira y sus celos e Io volvió a ser humana. Ahora es también una diosa venerada en Egipto, y su hijo común con Zeus se llama Épafo.
Hera asomó desde el palacio del Olimpo y observó una zona en tinieblas en Argo, mientras que en el resto del mundo brillaba el sol. Tenía que tratarse d euna de las artimañas de Zeus, pensó, y se apresuró a descender a la Tierra y ordenó al sol que dispersara las nubes. A pesar de la claridad del día, no alcanzó a ver ningún indicio de la presencia de alguna mujer o alguna ninfa. En los campos pastaba una hermosa novilla blanca, con la que estaba su esposo. Los ojos del animal le parecieron casi humanos, y la diosa empezó a preguntarse si no sería aquélla su rival, disfrazada de animal para engañarla. "Regálame esta hermosa criatura" pidió a Zeus. A él no se le ocurrió ninguna excusa válida para negarse y tuvo que entregarle a la novilla.
Hera estaba convencida de que la novilla era su sacerdotisa ausente, Io, y pensó que Zeus tal vez trataría de arrebatársela, de modo que entregó la criatura a Argo para que la vigilara de día y de noche. Argo tenía cien ojos y jamás estaba del todo despierto ni del todo dormido. Sus ojos se turnaban para dormir, de manera que algunos de ellos permanecían en guardia a todas horas, y los que tenía situados en la nuca garantizaban que nadie pudiera sorprenderlo desprevenido encaramándose a su espalda.
Io detestaba su nuevo cuerpo. Detestaba comer hierba y tenderse sobre la dura tierra, a la intemperie. Se apostó en la ribera del río Ínaco y trató de explicarle al dios del río quién era, pero ya no podía articular palabras humanas. Optó por trazar su nombre en el barro con una pezuña, y el dios del río lloró por el sino que había corrido su amada hija.
Zeus observaba desde cierta distancia; anhelaba rescatar a Io del sufrimiento que él mismo le había impuesto. Así, envió a su hijo Hermes, el embaucador, para matar a Argo, el de los cien ojos. Hermes no intentó luchar contra Argo, sino que se acercó a él tocando la flauta y se sentó a su lado entonando dulces melodías hasta que los cien ojos de su enemigo se cerraron. En cuanto Argo se durmió, Hermes le cortó la cabeza. Hera arrancó a su fiel sirviente todos los ojos y los colocó en las plumas de la cola de su ave, el pavo real. Fue de ese modo como los pavos reales macho adquirieron el dibujo de su espléndido y único plumaje.
Hera ya estaba furiosa con Zeus por haber traicionado el lecho conyugal de ambos, y también lo estaba con Io por haber abandonado sus votos de sacerdotisa (al margen de que hubiera sido violada por el dios). No obstante, tras el asesinato de Argo se sentía aún más furiosa, y se obcecó en la idea de atormentar a Io. Envió un tábano, de la variedad que muerde al ganado cuando hace calor, que llevó a Io de un país a otro sin descanso. Así, la joven visitó a la fuerza las orillas del mar bautizado en su honor, el mar Jónico. Nadó por los estrechos que conectan el mar Negro y el Mediterráneo, y de ahí el que se llamen Bósforo, un término que en griego significa "estrecheces de la vaca". Ascendió con grandes penalidades las laderas del monte Cáucaso, donde encontró a Prometeo, encadenado a una roca. Llegó incluso hasta el Nilo, y allí la pobre novilla finalmente cayó rendida y suplicó ayuda a Zeus.
Zeus prometió a Hera por las aguas del Estigia que a partir de entonces sería mejor esposo, con la única condición de que devolviera la forma humana a Io. Toda promesa que invocara al río Estigia debía cumplirse, ya fuera dios o mortal quien la hiciera. Hera decidió calmar su ira y sus celos e Io volvió a ser humana. Ahora es también una diosa venerada en Egipto, y su hijo común con Zeus se llama Épafo.
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