•2:24 AM
Prácticamente todos los seres humanos habían fallecido. Tan sólo quedaban dos personas, Deucalión y Pirra, seguían con vida, a bordo de una pequeña barca en mitad del océano. Zeus sabía que si la raza humana debía sobrevivir, tenía que perdonarles la vida a ambos. Deucalión era hijo de Prometeo, y Pirra, hija de Epimeteo, pero no eran ni desobedientes ni necios. De hechos, eran los mejores de los seres humanos y se mostraban siempre prestos a honrar a los dioses. Serían los padres idóneos para la nueva raza de seres humanos.
Poco a poco, el océano fue calmándose y los picos de las montañas más elevadas comenzaron a asomar. A medida que la gran inundación remitía, las dos cumbres del monte Parnaso, que antes de la inundación se erguían lo bastante en el cielo para horadar las nubes, horadaban en ese momento la superficie del océano, y la pequeña embarcación flotaba entre ambas. Lo primero que hicieron Deucalión y Pirra fue dar gracias a los dioses del monte Parnaso y suplicar su ayuda, pues eran testigos de cómo las aguas bajaban y la montaña volvía a lucir inmensa.
Desde su posición ventajosa en lo alto de la montaña, Deucalión y Pirra tenían una amplia vista del campo. Observaron cómo los ríos empezaban a fluir de nuevo en sus cursos y los árboles se sacudían el barro de las hojas. Vieron después el templo de Temis en ruinas, pero ni un solo indicio más de que la Tierra hubiera estado habitada por seres humanos en alguna ocasión.
Se apresuraron a descender hasta el Río Cefiso y rociaron gotas de sus aguas en sus ropas y sus cabellos húmedos, en señal de respeto a la diosa. A continuación se arrodillaron cerca del templo, orando y rogando para que Temis los ayudara a rescatar a la raza humana y preservarla de la extinción total.
Temis era una diosa amable que además poseía una notable habilidad para predecir el futuro. Así, anunció a Deucalión y a Pirra lo siguiente: "Debéis alejaros del templo, con la cabeza cubierta por un velo y ropa holgada,arrojando a vuestra espalda los huesos de vuestra madre". A Pirra le horrorizó la idea de hurgar en el sepulcro de su madre y desperdigar sus huesos, pero luego recordó que los oráculos solían emplear enigmas al hablar. Con la ayuda de Deucalión, descifró las instrucciones de la diosa. "El oráculo jamás nos diría que hiciéramos algo que pudiera ofender a los dioses -dijo Deucalión-. La madre a la que hace referencia podría ser la gran madre de todo, Gea, diosa de la tierra, y los huesos de la madre bien podrían ser las piedras que encontramos en el suelo a nuestro paso".
Ni Deucalión ni Pirra estaban seguros de si aquello era lo que realmente había querido decir el oráculo, pero no se les ocurría mejor interpretación de sus palabras. Con la cabeza cubierta y vestidos con ropa holgada, cogieron piedras del fangoso suelo y empezaron a alejarse del templo. A cada paso que daban arrojaban una o dos piedras tras de sí. Al caer de nuevo sobre el barro, las piedras empezaban a cambiar de forma y a aumentar de tamaño. Poco a poco iban adquiriendo la apariencia de estatuas talladas en mármol; después parecían estatuas de tamaño natural, y por último, comenzaron a desprender calor y a respirar. Cada una de las piedras que Pirra arrojó a su espalda se convirtió en una mujer, y cada piedra que arrojó Deucalión tras de sí se convirtió en un hombre. Esto explica por qué los pueblos de la tierra son fuertes y duros: porque su origen son las piedras, fuertes y duras, como el Parnaso.
Poco a poco, el océano fue calmándose y los picos de las montañas más elevadas comenzaron a asomar. A medida que la gran inundación remitía, las dos cumbres del monte Parnaso, que antes de la inundación se erguían lo bastante en el cielo para horadar las nubes, horadaban en ese momento la superficie del océano, y la pequeña embarcación flotaba entre ambas. Lo primero que hicieron Deucalión y Pirra fue dar gracias a los dioses del monte Parnaso y suplicar su ayuda, pues eran testigos de cómo las aguas bajaban y la montaña volvía a lucir inmensa.
Desde su posición ventajosa en lo alto de la montaña, Deucalión y Pirra tenían una amplia vista del campo. Observaron cómo los ríos empezaban a fluir de nuevo en sus cursos y los árboles se sacudían el barro de las hojas. Vieron después el templo de Temis en ruinas, pero ni un solo indicio más de que la Tierra hubiera estado habitada por seres humanos en alguna ocasión.
Se apresuraron a descender hasta el Río Cefiso y rociaron gotas de sus aguas en sus ropas y sus cabellos húmedos, en señal de respeto a la diosa. A continuación se arrodillaron cerca del templo, orando y rogando para que Temis los ayudara a rescatar a la raza humana y preservarla de la extinción total.
Temis era una diosa amable que además poseía una notable habilidad para predecir el futuro. Así, anunció a Deucalión y a Pirra lo siguiente: "Debéis alejaros del templo, con la cabeza cubierta por un velo y ropa holgada,arrojando a vuestra espalda los huesos de vuestra madre". A Pirra le horrorizó la idea de hurgar en el sepulcro de su madre y desperdigar sus huesos, pero luego recordó que los oráculos solían emplear enigmas al hablar. Con la ayuda de Deucalión, descifró las instrucciones de la diosa. "El oráculo jamás nos diría que hiciéramos algo que pudiera ofender a los dioses -dijo Deucalión-. La madre a la que hace referencia podría ser la gran madre de todo, Gea, diosa de la tierra, y los huesos de la madre bien podrían ser las piedras que encontramos en el suelo a nuestro paso".
Ni Deucalión ni Pirra estaban seguros de si aquello era lo que realmente había querido decir el oráculo, pero no se les ocurría mejor interpretación de sus palabras. Con la cabeza cubierta y vestidos con ropa holgada, cogieron piedras del fangoso suelo y empezaron a alejarse del templo. A cada paso que daban arrojaban una o dos piedras tras de sí. Al caer de nuevo sobre el barro, las piedras empezaban a cambiar de forma y a aumentar de tamaño. Poco a poco iban adquiriendo la apariencia de estatuas talladas en mármol; después parecían estatuas de tamaño natural, y por último, comenzaron a desprender calor y a respirar. Cada una de las piedras que Pirra arrojó a su espalda se convirtió en una mujer, y cada piedra que arrojó Deucalión tras de sí se convirtió en un hombre. Esto explica por qué los pueblos de la tierra son fuertes y duros: porque su origen son las piedras, fuertes y duras, como el Parnaso.
0 comentarios: