•8:15 PM
Calisto era la dama de compañía de Ártemis, la cazadora, y, junto con todas las demás vírgenes que atendían a la diosa, había jurado no sentir interés sexual por nadie del sexo masculino, ya fuera hombre o fauno, sátiro o dios. Zeus la vio y la deseó apasionadamente; como sabía que ella nunca aceptaría a un amante, se disfrazó de Ártemis. Calisto se dejó engañar por el disfraz hasta que él la forzó y ella fue incapaz de defenderse. Intentó mantener en secreto la violación, pero pronto se hizo difícil ocultar su embarazo. Un día caluroso, Ártemis convocó a todas sus damas para bañarse con ellas en un frío arroyo. Calisto se desnudó junto con las demás y la diosa reparó al instante en su vientre hinchado; inmediatamente, le ordenó marcharse de allí y no volver a acompañarla en la caza.
Esta prohibición era ya castigo suficiente por tratar de ocultar lo ocurrido a la diosa de las vírgenes, pero Calisto tuvo que enfrentarse también a la furiosa Hera. Hera descubrió que Calisto había dado a luz a un hijo de Zeus, Arcas, y descendió del Olimpo para destruir a su rival. Agarró a Calisto por el cabello y tiró de él con todas sus fuerzas. A continuación, la diosa, cegada por los celos, denegó a Calisto la forma humana y la transformó en un temible oso de enorme hocico y temibles colmillos, recias y potentes patas y unas unas afiladas garras que bien podrían abrir a un hombre en canal y dejarlo reducido a jirones. Calisto se sintió horrorizada ante la pérdida de su felicidad pasada, y aún más angustiada cuando supo que a partir de entonces sufriría el acoso aterrador de los cazadores y sus sabuesos.
Durante 15 años, Calisto llevó una vida penosa como un gran oso, hasta que un día su hijo Arcas salió a cazar por el bosque. Él no sabía lo que le había ocurrido a su madre, de modo que, cuando atisbó al oso, el pánico se apoderó de él. Calisto reconoció de inmediato a su hijo e intentó hablar con él, pero lo único que salió de su boca fue un gruñido aterrador. Arcas agarró entonces su lanza y se dispuso a matar a aquel enorme oso mientras que ella se mantuvo próxima a él, sin atacarle ni defenderse. De ningún modo podía fallar el disparo.
En el instante preciso en que Arcas apuntaba con la lanza al corazón del oso para disparar, Zeus le sujetó la mano y evitó así que cometiera el crimen de asesinar a su propia madre. El dios los llevó a ambos al cielo, donde transformó a Calisto en la constelación conocida como Osa Mayor y a su hijo en la constelación de la Osa Menor.
Hera se encolerizó aún más. No sólo podía su rival alardear de haber tenido un hijo con Zeus, sino que aedmás brillaba gloriosamente en el cielo nocturno. Arrebatada de ira y frustración, Hera recurrió a los titanes Océano y Tetis para pedirles ayuda, y les pidió que encontraran una forma de evitar que la Osa Mayor desapareciera por el horizonte para sumergirse en el océano que bordea el mundo. Los titanes accedieron a la petición de Hera, lo cual explica que, en la noche del hemisferio norte, la Osa Mayor y la Osa Menor nunca desaparezcan por completo del horizonte.
Esta prohibición era ya castigo suficiente por tratar de ocultar lo ocurrido a la diosa de las vírgenes, pero Calisto tuvo que enfrentarse también a la furiosa Hera. Hera descubrió que Calisto había dado a luz a un hijo de Zeus, Arcas, y descendió del Olimpo para destruir a su rival. Agarró a Calisto por el cabello y tiró de él con todas sus fuerzas. A continuación, la diosa, cegada por los celos, denegó a Calisto la forma humana y la transformó en un temible oso de enorme hocico y temibles colmillos, recias y potentes patas y unas unas afiladas garras que bien podrían abrir a un hombre en canal y dejarlo reducido a jirones. Calisto se sintió horrorizada ante la pérdida de su felicidad pasada, y aún más angustiada cuando supo que a partir de entonces sufriría el acoso aterrador de los cazadores y sus sabuesos.
Durante 15 años, Calisto llevó una vida penosa como un gran oso, hasta que un día su hijo Arcas salió a cazar por el bosque. Él no sabía lo que le había ocurrido a su madre, de modo que, cuando atisbó al oso, el pánico se apoderó de él. Calisto reconoció de inmediato a su hijo e intentó hablar con él, pero lo único que salió de su boca fue un gruñido aterrador. Arcas agarró entonces su lanza y se dispuso a matar a aquel enorme oso mientras que ella se mantuvo próxima a él, sin atacarle ni defenderse. De ningún modo podía fallar el disparo.
En el instante preciso en que Arcas apuntaba con la lanza al corazón del oso para disparar, Zeus le sujetó la mano y evitó así que cometiera el crimen de asesinar a su propia madre. El dios los llevó a ambos al cielo, donde transformó a Calisto en la constelación conocida como Osa Mayor y a su hijo en la constelación de la Osa Menor.
Hera se encolerizó aún más. No sólo podía su rival alardear de haber tenido un hijo con Zeus, sino que aedmás brillaba gloriosamente en el cielo nocturno. Arrebatada de ira y frustración, Hera recurrió a los titanes Océano y Tetis para pedirles ayuda, y les pidió que encontraran una forma de evitar que la Osa Mayor desapareciera por el horizonte para sumergirse en el océano que bordea el mundo. Los titanes accedieron a la petición de Hera, lo cual explica que, en la noche del hemisferio norte, la Osa Mayor y la Osa Menor nunca desaparezcan por completo del horizonte.