•11:28 AM
¿Qué es una raza?
La taxonomía moderna ha establecido los criterios con que una ciencia ordena la inmensa variedad de grupos de individuos que existen en la naturaleza: un vocabulario de reinos, familias, grupos, géneros y especies que permiten hacernos una idea de los parentescos y diferencias que existen entre cada categoría de seres vivos. Dentro del superreino de los eucariotas, está la clase de los mamíferos, a la que pertenece la familia de los homínidos, de la que forma parte el género Homo, del que nuestra especia, el Homo sapiens, es el último representante.
En el caso del ser humano, las subdivisiones no acaban aquí: no hay subespecies ni razas ni ningún otro grado de segmentación, lo cual no significa que todos los seres humanos seamos iguales, ni tengamos la misma herencia genética. Es evidente que existen diferencias entre muchas de estas diferencias, como el color de la piel, el tipo de pelo o la forma de la nariz, son comunes a los habitantes de zonas geográficas concretas, mientras que en otros lugares estas mismas características son muy raras o inexistentes. Basándose en estas observaciones tan manifiestas, y con la obsesiva necesidad de entender y clasificar todo lo que caracteriza a nuestra especie, hemos dado diversos nombres a los grupos, etnias y pueblos con los que hemos tenido contacto a lo largo de los siglos. Estos grupos que más o menos hemos ido identificando han recibido el nombre de razas, y cada cultura y cada época ha hecho su propio listado que, curiosamente, nunca coincide con el listado que elaboran los de al lado.
Una raza, pues, sería un grupo de individuos que podemos reconocer porque biológicamente son distintos a los demás. Un europeo y un africano poseen diferencias genéticas que hacen que los distingamos fácilmente; ahora bien, entre un africano de Etiopía y otro de Nigeria las diferencias también son evidentes, e incluso hallaremos diferencias genéticas entre los habitantes de dos pueblos vecinos del Pirineo. ¿Dónde ponemos, pues, el límite entre una raza y otra? ¿Y cuáles de los rasgos que definen a una persona debemos usar para determinar a qué raza pertenece?
El conjunto de estos caracteres visibles que cada individuo presenta se llama fenotipo y son el efecto de la combinación de sus genes y el entorno. Algunos, como el color de la piel, responden a factores climáticos: la piel negra impide inflamaciones cutáneas y tumores provocados por los rayos ultravioletas del Sol, y es muy útil en regiones donde la exposición al Sol es muy alta; por el contrario, una piel blanca (con menos melanina) es ideal para convertir estos rayos en vitamina D, y por tanto es más adecuada en poblaciones que, como la europea, viven en zonas con menos exposició solar y con una alimentación basada en cereales pobres en esta vitamina. El pelo rizado, típico de zonas muy cálidas, dificulta la evaporación del sudor, que tiene la función de enfriar el cuerpo. Una nariz pequeña, común en poblaciones de zonas frías, evita la congelación y hace que el aire llegue más despacio a los pulmones y tenga más tiempo para humedecerse y calentarse circulando por las fosas nasales. Estas y muchas otras diferencias entre poblaciones, fruto de la adaptación genética del ser humano a todos los hábitats de la Tierra, se unen a otros cambios que tienen un origen más cultural: los ojos pequeños, adaptados en principio para combatir el frío, han llegado a ser bonitos en muchas culturas y se han extendido hacia el sur hasta el punto de que este rasgo ha pasado de las estepas asiáticas a los aborígenes australianos que, en principio, no necesitarían este tipo de ventaja contra el frío. Hay casos, para terminar, en los que no está clara la frontera entre las diferencias culturales y las medioambientales, y en los últimos siglos, en los que las poblaciones se han movido y mezclado más que nunca, muchos de estos rasgos se han fidunfifo aleatoriamente hasta el punto de no darse allí donde son más efectivos para adaptarseal clima.
La taxonomía moderna ha establecido los criterios con que una ciencia ordena la inmensa variedad de grupos de individuos que existen en la naturaleza: un vocabulario de reinos, familias, grupos, géneros y especies que permiten hacernos una idea de los parentescos y diferencias que existen entre cada categoría de seres vivos. Dentro del superreino de los eucariotas, está la clase de los mamíferos, a la que pertenece la familia de los homínidos, de la que forma parte el género Homo, del que nuestra especia, el Homo sapiens, es el último representante.
En el caso del ser humano, las subdivisiones no acaban aquí: no hay subespecies ni razas ni ningún otro grado de segmentación, lo cual no significa que todos los seres humanos seamos iguales, ni tengamos la misma herencia genética. Es evidente que existen diferencias entre muchas de estas diferencias, como el color de la piel, el tipo de pelo o la forma de la nariz, son comunes a los habitantes de zonas geográficas concretas, mientras que en otros lugares estas mismas características son muy raras o inexistentes. Basándose en estas observaciones tan manifiestas, y con la obsesiva necesidad de entender y clasificar todo lo que caracteriza a nuestra especie, hemos dado diversos nombres a los grupos, etnias y pueblos con los que hemos tenido contacto a lo largo de los siglos. Estos grupos que más o menos hemos ido identificando han recibido el nombre de razas, y cada cultura y cada época ha hecho su propio listado que, curiosamente, nunca coincide con el listado que elaboran los de al lado.
Una raza, pues, sería un grupo de individuos que podemos reconocer porque biológicamente son distintos a los demás. Un europeo y un africano poseen diferencias genéticas que hacen que los distingamos fácilmente; ahora bien, entre un africano de Etiopía y otro de Nigeria las diferencias también son evidentes, e incluso hallaremos diferencias genéticas entre los habitantes de dos pueblos vecinos del Pirineo. ¿Dónde ponemos, pues, el límite entre una raza y otra? ¿Y cuáles de los rasgos que definen a una persona debemos usar para determinar a qué raza pertenece?
El conjunto de estos caracteres visibles que cada individuo presenta se llama fenotipo y son el efecto de la combinación de sus genes y el entorno. Algunos, como el color de la piel, responden a factores climáticos: la piel negra impide inflamaciones cutáneas y tumores provocados por los rayos ultravioletas del Sol, y es muy útil en regiones donde la exposición al Sol es muy alta; por el contrario, una piel blanca (con menos melanina) es ideal para convertir estos rayos en vitamina D, y por tanto es más adecuada en poblaciones que, como la europea, viven en zonas con menos exposició solar y con una alimentación basada en cereales pobres en esta vitamina. El pelo rizado, típico de zonas muy cálidas, dificulta la evaporación del sudor, que tiene la función de enfriar el cuerpo. Una nariz pequeña, común en poblaciones de zonas frías, evita la congelación y hace que el aire llegue más despacio a los pulmones y tenga más tiempo para humedecerse y calentarse circulando por las fosas nasales. Estas y muchas otras diferencias entre poblaciones, fruto de la adaptación genética del ser humano a todos los hábitats de la Tierra, se unen a otros cambios que tienen un origen más cultural: los ojos pequeños, adaptados en principio para combatir el frío, han llegado a ser bonitos en muchas culturas y se han extendido hacia el sur hasta el punto de que este rasgo ha pasado de las estepas asiáticas a los aborígenes australianos que, en principio, no necesitarían este tipo de ventaja contra el frío. Hay casos, para terminar, en los que no está clara la frontera entre las diferencias culturales y las medioambientales, y en los últimos siglos, en los que las poblaciones se han movido y mezclado más que nunca, muchos de estos rasgos se han fidunfifo aleatoriamente hasta el punto de no darse allí donde son más efectivos para adaptarseal clima.
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