•12:02 PM
El oráculo de Apolo en Delfos fue el más grande de los oráculos griegos, y sus edificios todavía pueden visitarse en el monte Parnaso. Estas edificaciones son las últimas de una serie de templos, cada uno de los cuales reemplazaba al anterior, destruido en un terremoto. Una roca de dimensiones gigantescas permanece todavía hoy en el templo y se la conoce como la piedra Onfale (Ónfalos), el ombligo del mundo. Según algunas versiones del mito, Apolo estableció el oráculo en Delfos, pero su enfrentamiento con la serpiente gigante Pitón en el Parnaso se ha interpretado también como un relato alegórico de la raza invasora de griegos dóricos que conquistaron el oráculo pitio, más antiguo, y reemplazaron su deidad femenina por una figura masculina del Olimpo.
Quienes oían la voz del dios eran siempre figuras femeninas, y todas ellas se llamaban pitias. Algunos relatos (más o menos) históricos eran anodinos, pues retrataban a la pitia del momento comportándose como una profesional, trasmitiendo con suma templanza el mensaje del dios. Más excitantes son aquellos relatos que describen a las pitias sentadas en un trípode sobre la fisura de una roca o una cueva, o bien una brecha en el suelo dentro del templo, donde mascaban hojas de laurel e inhalaban gases volcánicos procedentes del monte Parnaso. En estas versiones, la pitia transmitía en estado de trance las palabras que le dictaba el dios, que brotaban de ella como un balbuceo incoherente, y era tarea del sacerdote interpretar y transmitir el mensaje. Hoy no existe rastro de una cueva de la que emanen gases volcánicos en las laderas del monte Parnaso, pero es una región geológicamente activa de Grecia y no es imposible que una cueva así existiera en aquel timempo, y que hubiera quedado destruida en alguno de los terremotos que han sacudido la zona.
Mientras que la pitia era exclusiva de Delfos, las sibilas eran profetisas transmisoras de la palabra de Apolo en muchos lugares del mundo, entre ellos Babilonia, Egipto y Libia. Apolo otorgó a la sibila de Cumae el don de una vida longeva, y ella le permitió ser su amante. Recogió un puñado de arena y pidió al dios que se le concediera tantos años de vida como granos tuviera en la mano. Sin embargo, al igual que el amante de Eos, Titono, olvidó pedir una larga juventud. La sibila fue marchitándose con los años hasta que fue tan diminuta que la guardaron en una botella. Allí se quedó, susurrando sin descanso cuánto anhelaba la muerte que el dios le había denegado.
Era habitual que los profetas fueran víctimas de descrédito, mofa o vilipendio por los mensajes que transmitían. El vidente ciego Tiresisas ofreció la ingrata verdad de los dioses a Edipo y Creón, y su sino fue no ser tenido en cuenta o ser acusado de conspiración, en lugar de ser respetado y creído. La vidente Casandra de Troya oyó decir a Apolo qué iba a ocurrirle a su ciudad y a ella misma en el futuro, pero su destino fue que nadie la creyera nunca. Los videntes dicen la verdad en los mitos griegos, pero sus palabras raramente encuentran un final feliz en el relato.
A menudo, un dios se aparecía directamente a un ser humano privilegiado y le hablaba con suma claridad, dándole consejos u órdenes, pero era más habitual que el dios se personalizara vestido de extraño, de conocido, de pariente o de amigo. Nadie podía estar del todo seguro, pues, de que un extraño fuera sólo un ser humano y no un dios con la intención de someterle a una prueba, y al consiguiente castigo en caso de fallar. La extrema amabilidad con los invitados en la mitología griega se deriva de esta constante por la cual cuando se maltrataba a un desconocido se podía estar maltratando a un dios.
Algunos de los dioses enviaban mensaje en sueños y se requería gran destreza para diferencias los sueños falsos de los que transmitían una verdad divina. Otros enviaban presagios en forma de aves. En ocasiones, se leían profecía sne las entrañas de los animales sacrificados; en otras, los videntes vaticinaban el futuro a partir de cuencos con agua. En Paros, el consejo profético de Hermes estaba contenido en las primeras palabras que el solicitante oyó mientras salía del mercado (un lugar apropiado para buscar la ayuda de Hermes, dios de los comerciantes). La ira de Zeus se manifestaba con condiciones meteorológicas adversas. Cuando estallaba una tormenta eléctrica, su descontento quedaba patente.
Quienes oían la voz del dios eran siempre figuras femeninas, y todas ellas se llamaban pitias. Algunos relatos (más o menos) históricos eran anodinos, pues retrataban a la pitia del momento comportándose como una profesional, trasmitiendo con suma templanza el mensaje del dios. Más excitantes son aquellos relatos que describen a las pitias sentadas en un trípode sobre la fisura de una roca o una cueva, o bien una brecha en el suelo dentro del templo, donde mascaban hojas de laurel e inhalaban gases volcánicos procedentes del monte Parnaso. En estas versiones, la pitia transmitía en estado de trance las palabras que le dictaba el dios, que brotaban de ella como un balbuceo incoherente, y era tarea del sacerdote interpretar y transmitir el mensaje. Hoy no existe rastro de una cueva de la que emanen gases volcánicos en las laderas del monte Parnaso, pero es una región geológicamente activa de Grecia y no es imposible que una cueva así existiera en aquel timempo, y que hubiera quedado destruida en alguno de los terremotos que han sacudido la zona.
Mientras que la pitia era exclusiva de Delfos, las sibilas eran profetisas transmisoras de la palabra de Apolo en muchos lugares del mundo, entre ellos Babilonia, Egipto y Libia. Apolo otorgó a la sibila de Cumae el don de una vida longeva, y ella le permitió ser su amante. Recogió un puñado de arena y pidió al dios que se le concediera tantos años de vida como granos tuviera en la mano. Sin embargo, al igual que el amante de Eos, Titono, olvidó pedir una larga juventud. La sibila fue marchitándose con los años hasta que fue tan diminuta que la guardaron en una botella. Allí se quedó, susurrando sin descanso cuánto anhelaba la muerte que el dios le había denegado.
Era habitual que los profetas fueran víctimas de descrédito, mofa o vilipendio por los mensajes que transmitían. El vidente ciego Tiresisas ofreció la ingrata verdad de los dioses a Edipo y Creón, y su sino fue no ser tenido en cuenta o ser acusado de conspiración, en lugar de ser respetado y creído. La vidente Casandra de Troya oyó decir a Apolo qué iba a ocurrirle a su ciudad y a ella misma en el futuro, pero su destino fue que nadie la creyera nunca. Los videntes dicen la verdad en los mitos griegos, pero sus palabras raramente encuentran un final feliz en el relato.
A menudo, un dios se aparecía directamente a un ser humano privilegiado y le hablaba con suma claridad, dándole consejos u órdenes, pero era más habitual que el dios se personalizara vestido de extraño, de conocido, de pariente o de amigo. Nadie podía estar del todo seguro, pues, de que un extraño fuera sólo un ser humano y no un dios con la intención de someterle a una prueba, y al consiguiente castigo en caso de fallar. La extrema amabilidad con los invitados en la mitología griega se deriva de esta constante por la cual cuando se maltrataba a un desconocido se podía estar maltratando a un dios.
Algunos de los dioses enviaban mensaje en sueños y se requería gran destreza para diferencias los sueños falsos de los que transmitían una verdad divina. Otros enviaban presagios en forma de aves. En ocasiones, se leían profecía sne las entrañas de los animales sacrificados; en otras, los videntes vaticinaban el futuro a partir de cuencos con agua. En Paros, el consejo profético de Hermes estaba contenido en las primeras palabras que el solicitante oyó mientras salía del mercado (un lugar apropiado para buscar la ayuda de Hermes, dios de los comerciantes). La ira de Zeus se manifestaba con condiciones meteorológicas adversas. Cuando estallaba una tormenta eléctrica, su descontento quedaba patente.
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