•12:35 PM
Níobe era hija de Tántalo y Díone, y estaba casada con Anfión, rey de Tebas. La reina Níobe engendró seis hijos y seis hijas, aunque algunas historias dicen que tuvo siete hijos y siete hijas. Níobe fue lo bastante insensata para mofarse de Leto, que en una ocasión había sido amante de Zeus y tan sólo había tenidos dos hijos, los dioses Apolo y Ártemis. Leto se quejó a sus hijos de los intolerables comentarios que aquella mortal insolente había osado hacer en su contra. En ese mismo instante, Apolo y Ártemis cogieron sus respectivos arcos y flechas, con los que ambos procuraban una muerte dulce a aquellos mortales que fallecían víctimas de alguna enfermedad. En esta ocasión, dispararon sus armas y abatieron a todos los hijos de Níobe en el palacio real. Su esposo no pudo soportar el dolor y acabó quitándose la vida.
Como consecuencia de ello, no quedó nadie vivo para ayudar a Níobe a enterrar a sus muertos, y ella se sentía demasiado afligida para hacer nada, salvo sentarse y llorar. Allí sentada y llorando, día tras día, su cuerpo se convirtió en piedra, pero incluso la piedra lloraba de dolor. Todavía puede verse en algún lugar de las montañas de Grecia, con el rostro surcado por un arroyo de lágrimas.
Leto volvió a pedir ayuda a sus hijos cuando sufrió el ataque del gigante Toante -hijo de la diosa de la tierra, Gea-, que había intentado violarla. Una vez más, ambos se armaron con sus arcos, mataron al gigante y lo enviaron al mundo subterráneo, donde sigue viviendo hasta hoy, atormentado por su delito. Su inmenso cuerpo está seguro bajo tierra, y ocupa un área similar a la de una ciudad pequeña. Su castigo fue el mismo que había sufrido Prometeo en su momento, pero el doble de cruel. Mientras que a Prometeo lo mutilaba un buitre que le picoteaba el hígado noche tras noche, al menos estaba tranquilo durante el día y su cuerpo podía regenerarse. Toante sufre el ataque salvaje de dos buitres que le picotean el hígado de día y de noche, sin descanso.
Como consecuencia de ello, no quedó nadie vivo para ayudar a Níobe a enterrar a sus muertos, y ella se sentía demasiado afligida para hacer nada, salvo sentarse y llorar. Allí sentada y llorando, día tras día, su cuerpo se convirtió en piedra, pero incluso la piedra lloraba de dolor. Todavía puede verse en algún lugar de las montañas de Grecia, con el rostro surcado por un arroyo de lágrimas.
Leto volvió a pedir ayuda a sus hijos cuando sufrió el ataque del gigante Toante -hijo de la diosa de la tierra, Gea-, que había intentado violarla. Una vez más, ambos se armaron con sus arcos, mataron al gigante y lo enviaron al mundo subterráneo, donde sigue viviendo hasta hoy, atormentado por su delito. Su inmenso cuerpo está seguro bajo tierra, y ocupa un área similar a la de una ciudad pequeña. Su castigo fue el mismo que había sufrido Prometeo en su momento, pero el doble de cruel. Mientras que a Prometeo lo mutilaba un buitre que le picoteaba el hígado noche tras noche, al menos estaba tranquilo durante el día y su cuerpo podía regenerarse. Toante sufre el ataque salvaje de dos buitres que le picotean el hígado de día y de noche, sin descanso.
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