Author: Xabi Otero
•1:15 AM
Cuando Zeus mató a Asclepio con el rayo, su padre Apolo se vengó matando a su vez a los cíclopes que habían confeccionado el rayo, tiempo atrás, como arma para Zeus. Pero a éste le había llegado el turno de vengarse de su hijo, Apolo. Ordenó al dios del sol que sirviera a un rey mortal durante un año. Apolo optó por ser pastor de Admeto.

Apolo fue tomando aprecio a su señor y lo ayudó a conquistar a Alcestis, hija de Pelias, y convertirla en su esposa. Pelias había decidido casarla sólo con el hombre que fuera capaz de manejar un carruaje tirado por leones y jabalíes salvajes. Para Apolo resultó sencillo ayudar a Admeto a domar a las bestias. Admeto y Alcestis vivieron felices hasta que el rey se sintió tan mal que estuvo a punto de morir. Apolo sirvió una vez más a su señor y puso a su disposición el mejor don divino que poseía: acudir a las Parcas y pedirles que le perdonaran la vida. Pero ellas habían ordenado ya su muerte, y lo único que estaban dispuestas a hacer por Apolo era permitir que Admeto viviera mientras ellas consiguieran convencer a otros mortales para que fallecieran en su lugar.

Admeto estaba seguro de que alguien en su reino moriría por él, pero todo su pueblo se negó. Recurrió a sus ancianos padres, pero ambos arguyeron que los pocos años de vida que les quedaban eran demasiado valiosos para desperdiciarlos. La única persona dispuesta a morir por él era su adorada esposa, Alcestis. Admeto estaba dividido entre la dicha de seguir viviendo y el dolor de salvar la vida a costa de la de su esposa.

Ella enfermó tan aprisa como mejoró él, hasta que yació en el lecho, al borde de la muerte. Mientras Alcestis agonizaba, Heracles fue a visitar a su amigo Admeto. El rey intentó ocultar la verdad, pero Heracles no tardó en averiguar por qué todos los presentes lloraban y prometió ayudarle. Aquella noche, esperó junto a la puerta del dormitorio de Alcestis hasta que vio llegar a la Muerte con la intención de llevársela al mundo subterráneo. Heracles detuvo a la Muerte y la obligó a marcharse con las manos vacías, y Alcestis recuperó la salud.
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