•10:41 PM
Ártemis era una diosa virgen que no disfrutaba con la compañía de los hombres. Ella y sus muchas acompañantes vírgenes, ninfas de los árboles, las montañas y los arroyos, vivían juntas en los bosques, y su deporte predilecto era la caza de animales salvajes. Cuando se sentían sofocadas y fatigadas por la caza, se refrescaban bañándose en una charca, en el valle de Gargafia.
Un día muy caluroso, un cazador se perdió en el bosque. Acteón era un príncipe, nieto de Cadmo, fundador de la ciudad de Tebas, pero su sangre real no disuadió a la diosa de vengarse cruelmente de él en cuanto éste se internó en Gargafia. Una de las ninfas de Ártemis la aseaba en las frescas aguas de la charca, mientras otra le recogía el pelo y una tercera esperaba en la orilla con el manto y las sandalias. El resto de las damas de compañía se bañaban para quitarse el polvo y la tierra que se les había adherido en la sesión de caza de la mañana. Todas ellas estaban desnudas, como la diosa.
Las ninfas chillaron, consternadas y furiosas, al descubrir que un hombre las observada en toda su desnudez. Ártemis se puso en pie, iracunda, mientras las ninfas se apresuraban a cubrirla con sus propios cuerpos. Habían dejado apartados su arco y sus felchas, para protegerlos de las salpicaduras del baño. En ese momento la diosa anhelaba tenerlos en las manos para matar al intruso de inmediato.
Sin embargo, los dioses disponían de otros métodos para castigar a los seres humanos. Ártemis tomó agua entre las manos y la arrojó a la cabeza y al cabello de Acteón, al tiempo que decía: "Ahora, ve y cuéntale al mundo, si acaso puedes, qué se siente al ver a la diosa de la caza sin ropa." El agua le cayó en la frente, donde empezaron a brotarle sendos cuernos. El cazador cayó al suelo con los brazos extendidos para amortiguar la caída; pero, en lugar de manos humanas, lo que topó contra la tierra fueron unas pequeñas y afiladas pezuñas. Al mismo tiempo, sus brazos empezaron a transformarse en patas largas y delgadas, semejantes a sus nuevas extremidades inferiores. Se había convertido en un venado.
Como hombre, Acteón se había sentido atemmorizado por la diosa y sus ninfas, pero como venado todo le aterraba.Echó a correr, llorando, sin saber adónde dirigirse para pedir ayuda. De pronto, oyó gañidos de sabuesos. Sus propios perros habían percibido el olor que desprendía y se precipitaban ansiosos hacia él. "Melampus - intentó gritar -. Ichnobates, Dromas, Laelaps... Soy vuestro amo, Acteón". Pero no consiguió articular palabra. Los perros se abalanzaron sobre él, lo derribaron y empezaron a desgarrarle la carne. Algunos miraron a su alrededor, sorprendidos de que su amo no estuviera con ellos azuzándolos. Entonces aparecieron los amigos de Acteón, gritando su nombre e invitándole a sumarse a ellos, mientras él yacía a sus pies, desangrándose. Nadie cayó en la cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que aquela magnífico venado cuyas astas se llevaban a casa como trofeo era su amigo y líder, el príncipe de Tebas.
Un día muy caluroso, un cazador se perdió en el bosque. Acteón era un príncipe, nieto de Cadmo, fundador de la ciudad de Tebas, pero su sangre real no disuadió a la diosa de vengarse cruelmente de él en cuanto éste se internó en Gargafia. Una de las ninfas de Ártemis la aseaba en las frescas aguas de la charca, mientras otra le recogía el pelo y una tercera esperaba en la orilla con el manto y las sandalias. El resto de las damas de compañía se bañaban para quitarse el polvo y la tierra que se les había adherido en la sesión de caza de la mañana. Todas ellas estaban desnudas, como la diosa.
Las ninfas chillaron, consternadas y furiosas, al descubrir que un hombre las observada en toda su desnudez. Ártemis se puso en pie, iracunda, mientras las ninfas se apresuraban a cubrirla con sus propios cuerpos. Habían dejado apartados su arco y sus felchas, para protegerlos de las salpicaduras del baño. En ese momento la diosa anhelaba tenerlos en las manos para matar al intruso de inmediato.
Sin embargo, los dioses disponían de otros métodos para castigar a los seres humanos. Ártemis tomó agua entre las manos y la arrojó a la cabeza y al cabello de Acteón, al tiempo que decía: "Ahora, ve y cuéntale al mundo, si acaso puedes, qué se siente al ver a la diosa de la caza sin ropa." El agua le cayó en la frente, donde empezaron a brotarle sendos cuernos. El cazador cayó al suelo con los brazos extendidos para amortiguar la caída; pero, en lugar de manos humanas, lo que topó contra la tierra fueron unas pequeñas y afiladas pezuñas. Al mismo tiempo, sus brazos empezaron a transformarse en patas largas y delgadas, semejantes a sus nuevas extremidades inferiores. Se había convertido en un venado.
Como hombre, Acteón se había sentido atemmorizado por la diosa y sus ninfas, pero como venado todo le aterraba.Echó a correr, llorando, sin saber adónde dirigirse para pedir ayuda. De pronto, oyó gañidos de sabuesos. Sus propios perros habían percibido el olor que desprendía y se precipitaban ansiosos hacia él. "Melampus - intentó gritar -. Ichnobates, Dromas, Laelaps... Soy vuestro amo, Acteón". Pero no consiguió articular palabra. Los perros se abalanzaron sobre él, lo derribaron y empezaron a desgarrarle la carne. Algunos miraron a su alrededor, sorprendidos de que su amo no estuviera con ellos azuzándolos. Entonces aparecieron los amigos de Acteón, gritando su nombre e invitándole a sumarse a ellos, mientras él yacía a sus pies, desangrándose. Nadie cayó en la cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que aquela magnífico venado cuyas astas se llevaban a casa como trofeo era su amigo y líder, el príncipe de Tebas.
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