•10:40 PM
Este es un tema que ya abordé anteriormente, pero no deja de sacarme de mis casillas, y voy a intentar enfocarlo desde otro punto de vista diferente.
Los profesores universitarios son de diferentes clases, pero básicamente en mi crítica los voy a dividir en dos:
a) Los profesores exigentes: son aquellos especialistas en su materia, que debido a ello poseen gran información acerca de su asignatura y por tanto, están en condiciones de exigir mucho a sus alumnos. Dan gran cantidad de apuntes, ofrecen bibliografía abundante, suelen tender a pedir una realización de un mayor número de tareas... En definitiva, lo que yo concibo como profesores universitarios.
b) Los profesores no exigentes: son aquellos que habitualmente imparten una materia en la que no son especialistas. A menudo, no es culpa suya la asignación de esa asignatura, pero a fin de cuentas, no se sienten capaces de exigir mucho a sus alumnos.
Yo entiendo la situación de estoy últimos, no creo que cuando yo empiece dando clases pueda ser de primeras un profesor del tipo a), ¡ya me gustaría! Pero el problema no viene de mi parte, sino de la concepción general de este tipo de profes por la mayoría de la población estudiantil.
Este tipo de población valora más el tipo b que el tipo a, puesto que un menor nivel de exigencia supone una mayor probabilidad de aprobado. Recordemos la entrada que puse anteriormente: la motivación del alumnado universitario prácticamente ha dejado de ser intrínseca (gusto por la carrera) para pasar a ser instrumental (obtención de un título). Solamente hay que verla cantidad de charlas que afortunadamente se está organizando a mi alrededor y la escasa cantidad de jóvenes que puedo observar (bueno, perdón, hay una en las que sí hay jóvenes, precisamente en las que la motivación instrumental se materializa por medio de créditos de libre elección).
Personalmente, la concepción que tenga los demás me trae sin cuidado. Lo peor de todo esto es que el alumnado se está acostumbrando a un bajo nivel de exigencia y eso trae una dura consecuencia para los profesores de la clase a: nadie quiere ir a sus clases, y por consiguiente, la escasez de demanda repercute en la supresión de asignaturas impartidas por este tipo de profesores.
En definitiva, nos estamos cargando a aquel profesorado que realmente merece ocupar esa posición. Y eso ya no me trae tan sin cuidado, me temo. Me encantaría que estos profesores ocuparan el status que se merecen, pero cada vez lo veo más imposible. Su futuro en ocasiones pende de un hilo, a no ser que opten por dar buenas clases y exigir menos (lo cual tampoco es una mala opción, pero no es la más adecuada).
La utopía consistente en una educación quasi perfecta se va desvaneciendo paulatinamente...
Los profesores universitarios son de diferentes clases, pero básicamente en mi crítica los voy a dividir en dos:
a) Los profesores exigentes: son aquellos especialistas en su materia, que debido a ello poseen gran información acerca de su asignatura y por tanto, están en condiciones de exigir mucho a sus alumnos. Dan gran cantidad de apuntes, ofrecen bibliografía abundante, suelen tender a pedir una realización de un mayor número de tareas... En definitiva, lo que yo concibo como profesores universitarios.
b) Los profesores no exigentes: son aquellos que habitualmente imparten una materia en la que no son especialistas. A menudo, no es culpa suya la asignación de esa asignatura, pero a fin de cuentas, no se sienten capaces de exigir mucho a sus alumnos.
Yo entiendo la situación de estoy últimos, no creo que cuando yo empiece dando clases pueda ser de primeras un profesor del tipo a), ¡ya me gustaría! Pero el problema no viene de mi parte, sino de la concepción general de este tipo de profes por la mayoría de la población estudiantil.
Este tipo de población valora más el tipo b que el tipo a, puesto que un menor nivel de exigencia supone una mayor probabilidad de aprobado. Recordemos la entrada que puse anteriormente: la motivación del alumnado universitario prácticamente ha dejado de ser intrínseca (gusto por la carrera) para pasar a ser instrumental (obtención de un título). Solamente hay que verla cantidad de charlas que afortunadamente se está organizando a mi alrededor y la escasa cantidad de jóvenes que puedo observar (bueno, perdón, hay una en las que sí hay jóvenes, precisamente en las que la motivación instrumental se materializa por medio de créditos de libre elección).
Personalmente, la concepción que tenga los demás me trae sin cuidado. Lo peor de todo esto es que el alumnado se está acostumbrando a un bajo nivel de exigencia y eso trae una dura consecuencia para los profesores de la clase a: nadie quiere ir a sus clases, y por consiguiente, la escasez de demanda repercute en la supresión de asignaturas impartidas por este tipo de profesores.
En definitiva, nos estamos cargando a aquel profesorado que realmente merece ocupar esa posición. Y eso ya no me trae tan sin cuidado, me temo. Me encantaría que estos profesores ocuparan el status que se merecen, pero cada vez lo veo más imposible. Su futuro en ocasiones pende de un hilo, a no ser que opten por dar buenas clases y exigir menos (lo cual tampoco es una mala opción, pero no es la más adecuada).
La utopía consistente en una educación quasi perfecta se va desvaneciendo paulatinamente...
3 comentarios:
El problema son las contrataciones que hacen las universidades. En mi caso por eso no voy a historia de la música, porque la mujer que la da es muy buena en técnica vocal pero en historia es nefasta, pero quien determina qué clase da cada uno no entiende de eso y sólo ve un claustro de profesores en determinados departamentos, sin tener en cuenta las especialidades de cada uno de los miembros de ese departamento.
Como ya te he dicho antes cuando he hablado contigo, estoy totalmente de acuerdo con lo que comentas.
Los alumnos de hoy en día no son conscientes de lo importante que es el tener conocimientos, ya sean generales o los que a cada uno le interesen. No es raro escuchar a cualquier alumno de la ESO o del Bachillerato decir "¿y estudiar esto para que me vale?". Vemos, pues, que el problema no viene de las universidades o de los profesores universitarios especialistas y exigentes, sino que surge ya en la adolescencia.
Esa diferenciación del profesorado no solo ocurre en las facultades universitarias; en los propios colegios es común. Por tanto, el problema está en la base de la educación, creo yo.
Y ese problema lo he visto y lo sigo viendo de cerca.
Claro, el problema lo causan los propios profesores, que al no ser especialistas, no se ven en condiciones de exigir tanto a sus alumnos (puede que realmente no lo hagan por no tener los suficientes conocimientos que les permitan saber con exactitud qué pueden llegar a exigirles a sus alumnos). No obstante, la raíz de esto puede estar en los que mandan en los colegios, llámeseles directores o Gobierno, es decir, quienes asignan las asignaturas a impartir a los profesores...
Yo mismo me encuentro en un caso así. Como sabes, soy profesor de música sin tener los suficientes conocimientos como para impartir una clase controlando total y claramente el tema. Por tanto, no puedo exigir tanto a mis alumnos. En cambio, también imparto la asignatura de Educación Física y de esa sí que me puedo considerar entendido. Y es cierto que me veo en condiciones de exigir un mayor nivel.
¿No deberíamos exigir a los centros y a los Gobiernos que contraten profesorado que sea medianamente experto en las materias para las que se los contratan? Quizá respondiendo a esa pregunta se solucionarían muchas cosas...
Estoy de acuerdo contigo en que el problema empieza de antes. Pero ya que es muy difícil poder exigir un nivel más alto en alumnos más jóvenes (corremos el riesgo de exigir en demasía), mi texto se centra en la universidad, donde supuestamente profesores especialistas imparten clases.
Debería dejarse muy claro que este nuevo centro educativo no se asemeja en nada a los anteriores. Debe ser un lugar donde el nivel de exigencia sea alto, no una continuación de bachillerato. Hay en algunos lugares en los que realmente se puede aprender, pero no creo que podamos hablar de una generalidad.